Hoy vamos a hablar de Consumo de tóxicos en psicoanálisis II, la segunda lectura de un conjunto de publicaciones en torno a la adición a sustancias.
La droga llega a ser ese objeto de una necesidad imperiosa.
La satisfacción no acepta ni postergación ni sustitución del objeto.
La droga carece de valor fálico, y por el contrario es el sustituto de la misma sexualidad. La droga se encuentra relacionada con el autoerotismo.
El sujeto se conecta a una instancia que lo conecta directamente al goce, además que no pasa por el forzamiento del cuerpo del otro. Hablamos, de esta manera, del sustituto de la sexualidad.
La droga llega a enmascarar o sustituir el deseo de carácter inconsciente. Al suceder esto el deseo queda aún más desconocido que nunca detrás del sujeto de la droga. Existe el goce o existe la nada. La necesidad es absoluta.
La droga llega a ser la pareja que sucede al divorcio del sujeto con el orden fálico, con la introducción de la falta: “No hay otra definición de la droga que ésta: es lo que permite romper el casamiento con el pipí” (Lacan).
El toxicómano se muestra como una máquina sin deseos, así como la negativa del fantasma de la castración a través de la negación del falo.
En el discurso del toxicómano es recurrente encontrar que el tóxico parece prestar un cuerpo, por lo que su ausencia evoca una forma de mutilación. Así, en el discurso sobre la abstinencia gira en torno a la referencia de la falta que se vuelve en la figura de una lesión.
La abstinencia de la droga pone en juego la investidura de las zonas corporales. Formación que se impone como tal.
La toxicomanía es una formación que no posee la consistencia del fantasma.
El inconsciente proviene de la lógica, del significante. Sin embargo, no existe significado si el significante no se engancha con un cuerpo de goce.
“…existe otro tipo de goce que no pasa por el cuerpo del otro sino por el propio cuerpo que se inscribe bajo la rúbrica del autoerotismo. Digamos que es un goce único, que rechaza al Otro, que rehúsa que el goce del cuerpo propio sea metaforizado por el goce del cuerpo del Otro – y que queda en la historia, ligado a la figura de Diógenes – que opera ese cortocircuito llevado a cabo en el acto de la masturbación …” (Millar, I.A).
Millar, en éste párrafo señala claramente la negación a la castración.
La operación del tóxico representa la restauración de un objeto. El consumo de esta forma, se coloca como la respuesta a una falta del cuerpo, una falta de elaboración del cuerpo pulsional, relacionadas a una insuficiencia simbólica.
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