Consumo de tóxicos en psicoanálisis IV

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Hoy vamos a hablar del consumo de tóxicos en psicoanálisis IV, la publicación siguiente a la III parte.

El saber del toxicómano no es un saber que podamos ubicar como supuesto, sino que es un saber que tiene que ver con el “hacer” para poder alcanzar el goce.

El sujeto de la adicción no cree en el Otro.

El toxicómano solo quiere un goce y eso es todo. Es decir, quiere el goce imposible de Uno.

El goce de Uno se opone al goce fálico. El goce fálico se sitúa fuera del cuerpo. El toxicómano llega identificar su goce: Uno con el Otro.

El sujeto de la toxicomanía encuentra un cortocircuito que interrumpe la relación con el Otro, con el fantasma y el con goce fálico. El goce del tóxico se extrae del cuerpo, es la invención del goce en el propio cuerpo por otra vía que no es la del fantasma.

“El cuerpo en esta sin-adicción es asiento de un goce sin sujeto, fuera del discurso, rechazante del vinculo social ” (Braunstein, N. “Goce”).

La deuda que el toxicómano paga, se subsidia por ese cuerpo que se entrega.

Se goza, no se desea, se impugna al falo y pretensiones unificadoras; salirse del juego del sujeto: esto es llegar a vivir en una perfecta relación del alcohólico con su botella, del drogadito con su droga.

Relación envidiable de amor que no acepta traiciones ni reclamos, esto es, que no conoce las fallas.

La toxicomanía es un rechazo del edicto pronunciado por el Otro, y lo realiza a través de apartarse mediante lo instrumental, por lo cual existe la pretensión de desviación de la palabra del Otro, se es sujeto, pero de la adicción.

Otra forma de impugnar al Otro, a su demanda, a la conciliación de los deseos, es una operación que se puede realizar a través del acto suicida.

Esto es el modo más radical de cerrar las puertas al Otro.

El acto del suicida lleva en sí una impugnación hacia el Otro y su goce. Al borrar la vida del cuerpo es al Otro a quien se quiere tachar. El suicida mata.

La posición del toxicómano se encuentra bajo el mismo precepto.

En el adicto existe una separación concebida como una operación opuesta a la alineación del sujeto.

Aparece, entonces, una divergencia, y es precisamente que en el suicidio tenemos un cuerpo sin vida mientras que el sujeto de la toxicomanía muestra un cuerpo en la miseria.

Es esta una lectura de cómo se juega el cuerpo en la toxicomanía, dentro de las singularidades del goce. Sólo a un cuerpo palpitante le es permitido gozar.

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